La noshe de Cecilia




Jueves, 7:00 AM. Despierto sobresaltado. Tuve una terrible pesadilla y necesito compartirla. ¡No! No es Aucán el Presidente. ¡No! No me tocan mis charlas matrimoniales con Paulina y Alfredo. ¡No! No soy el patas negras de Fabricio y Viví. ¡No! No tengo parentesco con los Lagos-Durán. Lo que soñé fue peor.
Estaba en un Palacio no en Buckingham, no en Versalles, sí en Huechuraba; la dueña de casa no era una reina, ni una princesa, sí una ex Miss; los comensales no eran monarcas, tampoco mandatarios, sino que futbolistas y actores; y los invitados de lujo no decían “je suis prix Nobel” o “sono principe di Belmonte”, sino que “por ahí no estoy al 100% en la selección” y “chévere que chévere que chévere que chévere que chévere que chévere… uh uh”.
Después venía lo peor: estaba en unas graderías, con mi ambo de seis cuotas, muerto de frío, con los cabros de la pobla, sin plata pa’ la micro y viendo como esta señora platinada, Miss Universo hace 18 años, que pateó al pelado de su pololo para meterse con un yankee gay y que después se emparejó con el kike y el keko para por último casarse con el cuco, saludaba a la plebe con su vestido de alta costura y su alba dentadura, con un hálito (o más bien tufo) a glamour que en nada se asemejaba a nuestra poco glamorosa identidad nacional.
El glamour se le terminó hace rato. Digamos que cuando sirvió locro para su banquete nupcial la fineza y elegancia se le fue a las pailas.
Pero la yegua nocturna (la nightmare, no la Cecilia… que también sale de día) no terminó ahí. La presentación me dejó más marcado que apellido Tombolini. La flaca rucia llegó en jet privado –del marido, del Estado argentino, o era del Estado argentino y ahora es del marido… bueno, no sé-, con toda la prensa esperándola, para luego subirse a un auto de lujo e irse al Palacio Riesco.
Me acordé de Menem y ahí me desperté de golpe y porrazo, prendí la luz y vi que mi billetera seguía en el velador. Otra vez me dormí.
Sigo soñando. Estoy adentro, parado y joteando para abajo. Apenas escucho lo que hablan. Alcanzo a distinguir algunas frases como “si quieres nos cuentas de tu polola modelo pero si no quieres no”, o “no te voy a preguntar de tu papito”, o “¿y de qué se trata MiTú?”. De ver ni hablar. Entre tanto cableado vistoso, velo y farol no distingo la melena del Puma de la cabeza de Felipe Izquierdo.
Y de repente, no sé cómo, estoy en el departamento de la chechi viendo como la nana cría a Máximo mientras dulcito vive en Anillaco y la Cindy Crawford se pregunta para callada what the hell am I doing here?
Y después me veo corriendo por unas espumas con una cuchara gigante y un huevo de plumavit (¿en sueños me pasé a Cachureos?) con Marcelo Salas (temí que se lesionara de nuevo o se le mojara más el pelo) sin glamour, sin aliento y sin saber qué cresta estaba pasando. No quise cambiarme de canal en los comerciales. No quería ver a Rodrigo Orias en TVN precisamente durante el “corte” comercial.
Y justo antes de despertar de un salto vino lo peor. Imaginé que me invitaban de nuevo y que junto a la “Lady” Speed Stick (de Menem) estaban invitados Emeterio, para hablar se su regreso a la TV; había una entrevista grabada a George Bush, practicando pesca con mosca en las calles de Nueva Orleans; Dulcito también estaba, Pinilla hablaba en exclusiva de su nuevo look y Kenita (con cuello, muletas, solución salina y lentes oscuros) aseguraba haber olvidado al chino y confesaba que su verdadero amor era un tal A. Juan Fernández, dueño de un inmenso tesoro, de quien había leído en la prensa.
Y entonces desperté, prendí la TV, escuché a Rikarte y comprendí. Fue una mala noshe, no sólo mía, también de Cecilia.